El interés por los calendarios, llamados también almanaques, ha perdido la importancia que tuvo en otro tiempo. No ha mucho los calendarios eran uno de los «clásicos» que acompañaban a la fiestas de Navidad, que llevan anexa la celebración de la entrada de un año nuevo. Los había de gran variedad en cuanto a formatos y diseños, y no había empresa que se preciase que no tuviera su calendario con el que obsequiaba a sus clientes ante el año venidero en puertas. Hoy son contadas las que siguen utilizándolo como reclamo publicitario, si bien se han puesto de moda los que con el fin de recaudar con algún propósito altruista se diseñan con… mucho glamour.
Eran extraordinariamente variados. Los había desde los de bolsillo, para llevarlos en la cartera, hasta los llamados de pared. Entre estos últimos, unos eran más modestos: una lámina en cartón o cartulina con una imagen, por lo general religiosa, y en papel, emparejados, los meses. Otros eran más lujosos: numerosas láminas —una por mes— con paisajes alusivos a la estación del año o imágenes de la ciudad donde estaba ubicada la empresa en cuestión. Los había familiares y para adultos. Estos últimos, causaron furor cuando, con la transición política, se produjo el fenómeno que dio en denominarse destape. Eran habituales en los talleres de reparaciones. También eran comunes los llamados de taco, con una hoja para cada día del año en la que se incluía una gran cantidad de información. No han desaparecido, pero, ante el avance de las nuevas tecnologías, se encuentran en franca retirada.
En Córdoba, hace más de mil años, en el 961, en los inicios del califato de Alhakén II y cuando todavía existía una importante comunidad mozárabe —cristianos que mantenían su fe—, el obispo de entonces, llamado Recemundo, elaboró un calendario, que se conoce con el nombre de Calendario Mozárabe de Córdoba y también como el Libro de la división de los tiempos. En ese calendario aparecen curiosas informaciones acerca de las formas de vida y costumbres de la época. En él estaban recogidos las agrícolas que eran propias de cada una de los estaciones del año, indicándose las actuaciones que los agricultores habían de llevar a cabo para obtener los mejores resultados. Contenía información acerca de la meteorología, así como pronósticos basados en la observación de los astros y su posición en el firmamento. No olvidemos que la astrología, que estudiaba la influencia de los astros en la vida de las personas, era una reputada ciencia en aquella época. También ofrecía información sobre las propiedades de los alimentos y las prácticas que se consideraban adecuadas para el mantenimiento de la salud. Según Recemundo, la época adecuada para plantar las estacas en Córdoba era el mes de enero o que el de septiembre era el de la recolección de los frutos. Indicaba que en este último mes se preparaba un jarabe con el zumo de las granadas mezclando el de la dulce y la ácida, y se utilizaba como colirio para las afecciones oculares.
La tradición de esos almanaques, principalmente en el mundo rural, sigue viva en nuestros días. Goza de mucho predicamento el llamado «Calendario Zaragozano» de don Mariano del Castillo y Ocsiero que ofrece, según su subtítulo: «Juicio Universal meteorológico, calendario con los pronósticos del tiempo, santoral completo y ferias y mercados de España».
(Publicada en ABC Córdoba el 17 de diciembre de 2016 en esta dirección)